Cuando, ya en el año 2000, comenzó a hablarse del «espacio universitario europeo» como de un proyecto que habría de ultimarse en el 2010, nuestros europeístas del ámbito universitario se quejaron de que cuán largo me lo fiais, mientras que los más escépticos ante la unidad europea confiaban en que la elección de tan considerable plazo equivalía a las consabidas calendas grecas. Ambos cedieron a la habitual tentación de calcular por lo largo. La realidad es que, por el contrario, el año 2010 está a un tiro de piedra, como quien dice, mientras que nuestra universidad continúa en estado de dormición, bien lejana a cumplir los plazos. Esto no es una buena noticia para nadie, sean europeístas o euroescépticos, pues lo cierto es que, aunque el retraso afecta a otros países, sí habrá algunos que consigan llegar a tiempo y que, consecuentemente, pretendan sacar provecho de su diligencia.
En España, en este tema como en otros, se habla mucho más que se hace. Y a veces, ni siquiera se habla. Estamos a la cola en número de titulaciones acreditadas de acuerdo a los nuevos parámetros referentes al grado (licenciatura en nuestro caso) y al postgrado (master y doctorado). Estamos también a la cola en número de universidades que aplican los «créditos europeos». Lo estamos mucho más en propagar una concepción verdaderamente homologada de nuestros estudios y titulaciones, así como en acciones de aprendizaje permanente promovidas por las instituciones universitarias. Hemos mejorado mucho en algunos aspectos, como por ejemplo, el número de alumnos que se acogen al programa Erasmus, tanto en el capítulo de los españoles que visitan otros países como en el de los no españoles que visitan el nuestro. Pero aun este éxito parcial es engañoso (los que vienen, ¿vienen en realidad atraídos por la calidad de nuestras instituciones, o por otros motivos menos académicos?), y podría resultar contraproducente en años venideros.
Debemos convencernos (no sólo los universitarios, sino toda la sociedad española) de que nos jugamos mucho en este tema. Si se va a aplicar a la universidad el mismo o parecido parón que se ha decretado para la enseñanza no universitaria (lo que es probable al menos en un tema: la selectividad), corremos el riesgo de perder a la vez el tiempo y el espacio (europeos). De lo que nos arrepentiremos amargamente.
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