Al margen de su posible uso político, este trabajo que combina astronomía y clima es relevante porque es el primero que evalúa los cambios a largo plazo en la cantidad de energía solar reflejada por la Tierra hacia el espacio. Para sorpresa de la comunidad científica, el nivel de luz solar rebotada disminuyó desde 1983 hasta hace sólo tres años, cuando esa tendencia comenzó a invertirse. Para medir este fenómeno de refractancia llamado albedo terrestre, estos científicos recurrieron a un método peculiar pero fiable: la observación nocturna del brillo de la Tierra reflejada en el lado oscuro de la Luna. Es la luz solar que se proyecta en nuestro satélite tras rebotar en las nubes terrestres, las partículas lanzadas por los volcanes y las emitidas a la atmósfera por actividades humanas contaminantes.
LA EXPLICACIÓN DE LEONARDO DA VINCI
Durante miles de años, sin poder comprender su origen, la Humanidad observó con extrañeza que la Luna en su fase creciente exhibe una pequeña franja iluminada, mientras que el resto del disco lunar desprende un fantasmal resplandor que dibuja su contorno. Fue Leonardo da Vinci quien, fascinado por el brillo nocturno de los océanos, explicó en el siglo XVI la causa de ese enigmático fenómeno: la porción iluminada de la Luna recibe directamente luz del Sol; el débil resplandor en el lado oscuro es el brillo de la Tierra, la luz solar que el planeta rebota.
Con la observación de ese fenómeno durante ocho años con un telescopio en California, combinado con datos de satélites sobre las nubes del planeta durante veinte años, este grupo contastó el descenso de la energía solar reflejada al espacio, lo que empezó a cambiar completamente en 2001. Este equipo dirigido por Philip Goode, del Instituto Tecnológico de New Jersey, precisa que la causa de esa drástica fluctuación de la intensidad del albedo no está clara, aunque guardaría relación con la variabilidad natural de las nubes.
Esta incógnita es crítica para analizar el cambio climático. Pallé explicó a ABC que el factor fundamental que gobierna el clima terrestre es la cantidad de energía recibida del Sol, que puede variar si nuestra estrella aumenta su brillo o si cambia la cantidad de nubes que reflejan esa energía hacia el espacio. «Si el albedo ha estado decreciendo en los últimos veinte años, y el Sol ha estado emitiendo la misma cantidad de energía todo este tiempo, significa que ha llegado más energía a nuestra superficie, provocando un calentamiento», matiza Enric Pallé. «Esa energía solar puede ser repartida, compensada o interactuar con la radiación infrarroja. Eso no lo sabemos. Pero en principio, el que el albedo haya decrecido significa que hay más energía y calentamiento de la Tierra», explica.
Estos resultados son especialmente importantes porque suponen que la contribución de factores naturales al rápido incremento de la temperatura mundial -en este caso el aumento de las nubes entre 1983 y 2001- es mayor de la esperada. «Nuestros resultados seguramente serán usados ideológicamente. Pero creo que ni niegan ni sostienen el cambio climático inducido por las emisiones de dióxido de carbono. Nos dicen que hay más factores en juego, como las nubes, que en mi opinión gobiernan el clima terrestre, y que esos factores adicionales deber tenerse en cuenta y medirse», añade.
En los informes científicos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de Naciones Unidas no pudo tenerse en cuenta la evolución del albedo por la variabilidad natural de las nubes. Sencillamente porque no había datos. El equipo de Goode es el único que hace este seguimiento a largo plazo de la energía reflejada por la Tierra.
CANARIAS, IRLANDA Y CALIFORNIA
La pasada semana, Enric Pallé y Pilar Montañés-Rodríguez acaban de ver renovadas sus becas postdoctorales en el Observatorio Solar Big Bear para continuar con este proyecto durante tres años. Pallés es licenciado por la Universidad Autónoma de Barcelona. Tras dos años de trabajo en Canarias se trasladó al Armagh Observatory, en Irlanda. En Canarias conoció a Pilar Montañés-Rodríguez, natural de Tenerife, que obtuvo también una beca en el centro astronómico irlandés.
Autor: A. Aguirre de Cárcer
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