Es una pena que J. Robert Oppenheimer no viviera para asistir a su 100 cumpleaños, que se celebró recientemente en Los Álamos (Nuevo México). Al padre de la bomba atómica, que murió en 1967, le habría gustado codearse con los octogenarios que ayudaron a construir la bomba, con su fantasma, un pariente lejano haciendo de doble con un traje ancho, sombrero y lentillas de color azul intenso, así como antiguos estudiantes, padres deseosos de enseñarles a sus hijos todo lo posible sobre la Guerra Fría, y los más renombrados historiadores del Proyecto Manhattan.
Oppenheimer sigue siendo una figura controvertida, adorada por algunos historiadores, y por la mayor parte de los científicos e ingenieros que trabajaron a sus órdenes, y denostado por otros. Acusado de simpatizar con el comunismo en el clímax de la Guerra Fría, se le retiró el acceso a la información relacionada con la seguridad en 1954, y vivió el resto de su vida en Princeton (Nueva Jersey) bajo la sombra de la sospecha.
Controversias aparte, es importante seguir hablando de Oppenheimer, dice Cynthia C. Kelly, presidenta de la Fundación del Legado Atómico, que se dedica a conservar la historia de la era atómica. "Y es muy importante conservar la historia del Proyecto Manhattan", añade Kelly, "para comprender lo que ocurrió y en qué medida cambió el mundo".
Con ese objetivo, la fundación y la Sociedad Histórica de Los Álamos ha organizado un festival de dos días en honor de Oppenheimer para celebrar el centenario del nacimiento del físico, que vino al mundo en Nueva York el 22 de abril de 1904. A excepción de Hans Bethe, con 98 años, todos los científicos principales que trabajaron en la bomba están muertos. Pero hay muchos otros que tuvieron funciones menos visibles que siguen vivos y hablan. "Les encanta contar sus historias", dice Kelly.
En Los Álamos, estos días, varios ancianos de pelo blanco y corbatas de lazo adornadas con turquesas han contado frente al público las detalladas historias de cómo construyeron Fat Man y Little Boy, las armas nucleares que acabaron con la II Guerra Mundial. John Mench, de 84 años, describe barracones conectados por tablones sobre un mar de barro. Recuerda a los obreros y soldadores que trabajaron por 50 dólares al mes y el día glorioso de la llegada del Batallón Femenino del Ejército.
McAllister Hull, de 80 años, ayudó a construir el aparato, como se llamó a Fat Man, seleccionando los explosivos que hacían estallar el núcleo de plutonio. Para esta tarea, empleó pucheros y mezcladores de harina. Una atracción inesperada ha sido el doble de Oppenheimer, Andy Oppenheimer, de 51 años, procedente de Londres, que se ha presentado como un pariente lejano y asesor sobre armas no convencionales del Jane's Information Group, de análisis militares. Los científicos que conocieron a Oppenheimer han encontrado el parecido asombroso, aunque el original no llevaba lentillas para colorear sus ojos.
Durante un día los visitantes han paseado en autobús y contemplado los emplazamientos de las bombas, bien ocultos tras una valla de seguridad. Tres recintos serán preservados: el recinto V, donde se montaban los dispositivos de implosión; el recinto de artillería, donde se probó a Little Boy; y la estructura prefabricada en la que se montó y ensayó a Fat Man.
Si los estadounidenses visitan los escenarios de la Guerra de Secesión, ¿por qué no visitar los lugares que vieron nacer la bomba atómica y la Guerra Fría? Kelly piensa en un parque nacional repartido que incluya los silos de misiles de Montana, los restos de los complejos de armamentos de Hanford (Washington), el Laboratorio Nacional de Oak Ridge (Tennessee) y otros lugares históricos. Una propuesta ante el Congreso pretende que el Servicio de Parques Nacionales identifique los edificios y artefactos del Proyecto Manhattan que se encuentran por todo el país. Y la Sociedad Histórica de Los Álamos adquirió recientemente lo que denomina la joya de la corona para un parque así: la casa de Robert y Kitty Oppenheimer en Bathtub Row, en Los Álamos.
La casa, que tenía una de las seis bañeras que había en el pueblo en 1943, es donde Oppie servía martinis, Edward Teller tocaba el piano y Enrico Fermi bailaba toda la noche. Cuando los actuales residentes, Bergen y Helene Suydam, abandonen la casa que les ha pertenecido durante 58 años, se convertirá en museo.
En el festival de Los Álamos, los cronistas de Oppenheimer han tenido la palabra. El historiador Jon Hunner, autor del libro de próxima publicación Chasing Oppie, habla de los primeros años del científico, del niño frágil, brillante y superprotegido, de lo bien que se le daban los idiomas, y de cómo descubrió el Oeste americano a caballo. Robert S. Norris, autor de Racing for the bomb (Steerforth Press, 2002), cuenta como el jefe militar de Oppenheimer en el Proyecto Manhattan, el general Leslie R. Groves, escogió a aquel físico brillante pero inexperto para crear el primer laboratorio armamentístico del país. Kai Bird, coautor de Robert Oppenheimer: An american life, que se publicará en 2005, describe su vida aquí, el alcoholismo de su esposa y la intensa presión de sus problemas científicos y personales.
Richard Rhodes, autor de The making of the atomic bomb, que ganó un Premio Pulitzer en 1988, afirma que con el Proyecto Manhattan "desvaneciéndose en el mito", merecía la pena preguntarse por qué un hombre, Julius Robert Oppenheimer, sobresalía como el símbolo central de que lo que podría haber sido el acontecimiento individual más importante del siglo XX. Alto, guapo, inteligente, compasivo y desprendido, Oppenheimer nunca pudo decidirse por una identidad, dice Rhodes.
Esta ambigüedad es una materia prima para la creación del mito, dice Rhodes. Al igual que Thomas Jefferson, que tuvo esclavos, Oppenheimer tuvo Hiroshima. Los estadounidenses siguen debatiendo sobre la decisión de soltar la bomba, y se mantie vivo el problemático legado. Más de medio siglo antes del 11 de septiembre de 2001, Oppenheimer previó la amenaza de que los terroristas pudieran poseer armas nucleares para hacerlas detonar en las costas estadounidenses.
Junto con Niels Bohr y otros, dijo que la única manera de contener esa amenaza era abrir todos los contenedores de transporte con un destornillador o ceder la tecnología nuclear de forma gratuita a todos los países. Afirmaron que los sistemas basados en prohibir el desarrollo militar de la energía atómica o que dependieran únicamente de la inspección estarían condenados al fracaso.
Los países tendrían que controlar colectivamente los recursos de uranio y utilizarlos de forma transparente para poder vigilarse mutuamente. "El conocimiento de cómo liberar la energía atómica", dice Rhodes, "es un nuevo conocimiento del mundo natural, ante el cual el mundo humano no tiene más remedio que adaptarse o ser destruido. Oppenheimer comprendió esa verdad junto con Bohr, y fue una comprensión que iba más allá de la física teórica, una comprensión original y profunda".
Autor: Sandra Blakeslee
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